The Best Day of My Life If I had to choose only one day in my life to live it again, it would be September, 23th in 1996. I was seven years old and I used to spend my afternoons cooking with my mom or reading short stories with my grandpa. Every day at six o’clock, my dad would come home and tell us about his day at the office. He was always very tired but still cheerful. He never let anything bad from his work show in his mood once he got home. On the 23th of September, something unusual happened. I was taking peeks through the window since a quarter to six, as I did every afternoon. The church bell sang and I knew it was six o’clock, and my dad would be home any minute. The time past by and he didn’t arrived. My mom was beginning to worry. Cell phones were not very common at that moment, so we had no way of getting in touch with him. Mom called the office: he had left at half past five, as accustomed. Finally, after thirty long minutes, his car appeared in front of our porch. Mom asked me to stay with grandpa as she ran out to see him. I looked through the window again and I saw dad was getting out of the car with difficulty, as if he were carrying something heavy. He was. Mom entered the house with a gloating smile, saying something about choosing names. After her, entered my dad, with a box carrying three little puppies that have been my best friends since that wonderful day.

El mejor dia de mi vida Si tuviera que elegir un solo día en mi vida para volver a vivirla, sería el 23 de septiembre de 1996. Tenía siete años y pasaba las tardes cocinando con mi mamá o leyendo cuentos con mi abuelo. Todos los días a las seis en punto, mi papá llegaba a casa y nos contaba sobre su día en la oficina. Siempre estaba muy cansado pero todavía alegre. Nunca dejaba que nada malo de su trabajo se mostrara en su estado de ánimo una vez que llegaba a casa. El 23 de septiembre sucedió algo inusual. Estuve asomándome por la ventana desde las seis menos cuarto, como todas las tardes. La campana de la iglesia sonó y supe que eran las seis y mi papá estaría en casa en cualquier momento. El tiempo pasó y él no llegó. Mi mamá estaba empezando a preocuparse. Los teléfonos celulares no eran muy comunes en ese momento, por lo que no teníamos forma de comunicarnos con él. Mamá llamó a la oficina: se había ido a las cinco y media, como de costumbre. Finalmente, después de treinta largos minutos, su auto apareció frente a nuestro porche. Mamá me pidió que me quedara con el abuelo cuando salió corriendo a verlo. Volví a mirar por la ventana y vi que papá salía del auto con dificultad, como si cargara algo pesado. Él era. Mamá entró en la casa con una sonrisa de regodeo, diciendo algo sobre elegir nombres. Después de ella entró mi papá, con una caja cargando tres cachorritos que han sido mis mejores amigos desde aquel maravilloso día.